19 de febrero de 2006

Tú nunca me fallarás

Recuerdo cuando nos conocimos… fue tan sorprendente….tu me mirabas extrañado, calculando cada centímetro de mi cuerpo, Luego poco a poco sentías la necesidad, cada día, de descubrir algo nuevo en mi. Y lo hacías, vaya si lo hacías… tanto que nadie me conoce mejor. Nadie es capaz de saber más de mí que tú.

Y yo de ti… he aprendido tanto. Pero tanto… ¿qué hubiera sido de mí sin tus consejos en los días tristes, en los momentos de debilidad, en los amaneceres oscuros de la vida?
Tu mano ha calentado la mía cuando la tenía fría de llamar a puertas que nunca abrían, tu frío ha apaciguado mis malos modales, mis enfados y han disipado mi ira.

Tu mirada me ha hecho miles de veces llorar, muchas de alegría y otras tantas de profunda tristeza en lo más hondo de mi ser. Tus palabras han sido sabias tantas veces y otras tantas han hecho que me equivocara y así aprendiera…

¡Tengo tanto que agradecerte y tanto que echar en cara!
Has pasado tantas noches en vela pensando en mi, y yo tantos momentos en ti. Has sido mi amigo, mi confidente, mi consejero, mi amante. Anda que no nos habremos masturbado veces juntos…y las que nos quedan… sólo disfruto contigo, porque los demás han sido siempre tan efímeros… que no han tenido casi valor.

¡Tengo tanto que echarte en cara y tanto que agradecer!
En el hospital nadie más que tú se quedaba conmigo noche y día. Tú calmabas mi dolor cuando lloraba de rabia y de impotencia. Tú estabas allí, tras mis bromas, tras mis libros, has sido mi inspiración.

Contigo me hundí y contigo he naufragado. Tú me enseñaste a nadar a contracorriente.

Y te echo de menos. Echo de menos estar contigo viendo la tele, cocinando, dando un paseo y disfrutando… toda la vida la pasábamos juntos. Y ahora te echo de menos.

Añoro tus calidas manos acariciándome en la cama, diciéndome que era el chico más guapo del universo, que debía quererme. Añoro tu cálido orgasmo sobre mi pecho cada noche, cuando sabía que me querías, que luchabas por mí, cuando me dabas tanta fuerza que podía sentirla en mi interior.

Tu me enseñaste y de mi aprendiste, nos apoyamos el uno en el otro cuando flojeábamos, tras los días de resaca que pasábamos juntos, llegaban los días de risas y de encuentro. Y allí estabas tú. Y tu sonrisa, y tus lágrimas, y tu brillo especial.
¿Por qué ya no me quieres? ¿Es que no ves que te necesito, que todo esto se hunde sin ti?

¿No ves que eres necesario?…Que sé que tú eres en quién debo confiar, aunque a veces no pueda.


Enséñame de nuevo, por favor, así no puedo vivir.

Porque sé que siempre, siempre te tendré ahí, hombre en el espejo.
Siempre.
Tú no me fallarás. Nunca.
Y ahora lo sé.
Tú me lo enseñaste, hace tanto tiempo… y hasta ahora no te escuché.

15 de febrero de 2006

Ayuda Humanitaria

A continuación os dejo aquí una receta para conmemorar el día de la comida solidaria en el tercer mundo. Es una receta de Etiopía que me pasaron por internet:

Arroz Humanitario
Receta para 12 personas
Dificultad: fácil
Calorias: baja, apta para todo tipo de dietas

Ingredientes
100 gramos de arroz del de los sobres de ayuda humanitaria
Unas 40 cucharadas de agua del suelo
No hace falta sal (la lleva el agua)

Preparación
1. Se cuece el agua después de haberla colado y cuando hierva se añade el arroz y se tapa mientras las mujeres y las niñas cantan alrededor.

2. Cuando este al dente se le da a la vieja pa ke lo machaque con el mortero.

3. Cuando este machacado y mezclado se sirve a cucharaditas no se vayan a atragantar los comensales.

Salud para todos en las 2 ó 3 comidas de hoy.

Equilibrio - paRTe IIIII

Equilibrio. (Del lat. aequilibrĭum).

1. m. Estado de un cuerpo cuando fuerzas encontradas que obran en él se compensan destruyéndose mutuamente.

2. m. Situación de un cuerpo que, a pesar de tener poca base de sustentación, se mantiene sin caerse.

3. m. Peso que es igual a otro y lo contrarresta.

4. m. Contrapeso, contrarresto, armonía entre cosas diversas.

5. m. Ecuanimidad, mesura, sensatez en los actos y juicios.

6. m. pl. Actos de contemporización, prudencia o astucia, encaminados a sostener una situación, actitud, opinión, etc., insegura o dificultosa.

14 de febrero de 2006

Los autos locos

Recientemente he cambiado de domicilio. Me he venido a Madrid. En la zona donde vivo, para aparcar mi coche en la calle, tengo que pagar un coste mensual o anual al ayuntamiento, aunque no toque mi coche, sólo por dejarlo frente a mi portal. Lo llaman zona verde. En mis tiempos las zonas verdes eran los parques y jardines y en tiempos de mis abuelos eran los puticlús.

Veo como la gente del barrio que tiene parquins cercanos o en su propia casa lo alquilan por la módica cantidad de 120 euros mensuales. Los demás pagamos 48 euros anuales, eso sí, para aparcar, si puedes, cerca de tu casa, que no siempre es posible.

En cuanto llegué a Madrid solicité el empadronamiento, que se retrasó unas semanas, dado que tenía que mover papeles con la compra de la casa nueva. una vez que tuve el padrón, tardaron 37 días en darme en nuevo DNI, y trás esto, pedí un día en el trabajo para ir a cambiar la dirección de mi coche a tráfico, otro día para cambiar la dirección de mi permiso de circulación y una tarde para solicitar la hojita de la ORA, para poder aparcar mi coche al fin.

Entre todo, se tardó 42 días, perdí 2 días, 3 mañanas y una tarde en papeleos, mientras me concedian todos los papeles pagé 1,8 euros por hora durante 13 horas diarias, cambiando el tiquet cada hora, sin incluir el sábado, que me iba fuera de Madrid y así me ahorraba los 23,4 euros diarios que me cuesta aparcar frente a mi portal.

En total en tikets tengo algo más de 900 euros. (1.8 x 13 x 42), los días de trabajo han supuesto 240 euros de descuento en mi nómina y yo sigo cabreado porque no puedo encontrar sitio cerca de mi casa nunca. ¿cuál es la solución?

La vuelta


El Sol, disperso,
dará una vuelta,
solo,
tan sólo,
una vuelta.

Una vuelta para volver a mostrar
tu silueta,
en el mismo lugar
que hace un año.

El Sol, disperso,
sólo
dará una vuelta,
una más,
solo.

Hasta llegar a ti,
un año más,
pero distinto.

Un año más sólo,
un año más,
solo,
cada año más solo.
Mas,
cada año,
trás cada vuelta,
deja la puerta
abierta.

Calor irradiado,
dara una vuelta
y volverá a dejar esa puerta,
abierta,
estando solo, pero calmado,
llegará a ti,
para dedicarte
este dia de los enamorados.

9 de febrero de 2006

El precio de mi vida - Parte 4


Hicimos el amor durante una hora, como hacía tiempo que no lo hacíamos. Recordé el olor de su cuerpo, la suavidad de sus manos sobre mi espalda mientras lo hacíamos sin descanso. Ajenos a todo lo que sucedía a nuestro alrededor, los dos sucumbimos al placer en el mismo momento.

-La última vez no me hizo falta ningún arma para excitarte.
-La última vez sólo usaste tus armas de mujer fatal.

La chica de rojo y negro volvió a colocarse las ropas una vez que nos duchamos. Cuando salí de la ducha, ella estaba tomando un Martini con limón en la terraza y había preparado un gintonic para mí.

-Cuéntame qué te trae hasta aquí después de tanto tiempo. – La pregunté, mientras me ponía una nueva camiseta.-Te creía desaparecida ya.-sonreí.
-Me han informado de que te han vuelto a localizar. ¿Es cierto?
-Así es,- respondí apesadumbrado –creo que me he caído con todo el equipo. Ni siquiera creo que esta casa sea segura ahora mismo.

Miré hacia abajo desde la terraza. La calle estaba en silencio. A lo lejos, los tejados de las casas bajas que me rodeaban y aún más lejos la luna empezaba a reflejar su luz sobre las aceras. Detrás de mí, Sara me acariciaba en silencio.

-Tenemos que irnos. Estás en peligro. ¿Dónde te lo han puesto?
-No lo sé. Vamos al laboratorio y que lo busquen.
-Claro. Eso no sería difícil si el antiguo laboratorio estuviera en pie..
-¿cómo?
-Si-dijo mirándome a los ojos- voló por los aires hace una semana.

El viejo laboratorio era un piso en el centro de la ciudad que había sido designado a recoger toda la información que pudieran suministrarnos los diferentes contactos, y, tras varios años en funcionamiento, contaba con las tecnologías más avanzadas, desde lectores de microchips hasta concentradores de datos encriptados.

Sara se puso de pie, yo siempre confiaba en su sexto sentido con el que su naturaleza femenina la había dotado. Miró hacia la puerta y dejó su copa en la barra.

-¡Vamos!- dijo- y nos apresuramos hacia la puerta. Abrió poniéndose delante de mí de salvaguarda y avanzó hacia la derecha del pasillo. Yo la seguí, sin saber exactamente donde quería llegar. Dejamos la puerta entreabierta y nos fuimos hasta el final del pasillo de la derecha, donde se encontraba una entrada en la pared donde nos refugiamos. Unos segundos después tres sombras armadas aparecieron. La chica de rojo y negro montó su arma corta y la dejó junto a su pantorrilla, agarrada por las dos manos.

Las tres sombras buscaron por el pasillo y una de ellas se dirigía hacia nosotros peligrosamente. Nos estampamos contra la pared y guardamos la respiración mientras escuchábamos los pasos dirigirse hasta nosotros.

-Ey chicos- dijo la sombra que se dirigía hasta nosotros- debe ser por el otro lado.
-Esta es- dijo otra sombra, susurrando

Empujaron mi puerta y entraron los tres.

La chica de rojo y negro y yo nos deslizamos hacia las escaleras. Salimos corriendo hasta el portal, esperando que hubiera alguien más esperando. En efecto desde la primera planta vi un gorila postrado contra la pared del portal.

-Un segundo- dije a Sara- vayamos por la puerta de las basuras.

Confiando en que nadie nos esperaría en la parte trasera del edificio, salimos por la puerta de emergencia que daba al cuarto de recogida de basuras de la comunidad. Era apestoso pero seguramente nos salvaría de los tipos armados.

Salimos hacia la calle en busca de la furgoneta que tomé prestada en la nave industrial pero mi acompañante sacó unas llaves de otro transporte.
En unos minutos estábamos dentro de un Lamborghini Vampiro amarillo, conducido por la chica de rojo y negro, dejándonos embriagar por sus 580 caballos, en busca de la localización del nuevo laboratorio.

¿Por qué tanto odio?

Las cucarachas son insecto ortópteros, nocturnos y corredores, de unos tres centímetros de largo, cuerpos deprimidos, aplanados, de color negro por encima y rojizo por debajo, alas y élitros rudimentarios en las hembras, antenas filiformes, las seis patas casi iguales y el abdomen terminado por dos puntas articuladas.

Su nombre viene de cuca que significa oruga de mariposa.

Las cucarachas llevan cientos de millones de años sobre este mundo, y apenas ha variado en algo su apariencia, mucho menos que la ballena o el tiburón, que llevan en La Tierra más de 100 millones de años.

Las hembras producen de 18 a 48 huevos cada 20 días.

Los humanos somos alérgicos a ellas y el simple paso de una por encima de nuetra comida puede producirnos enfermedades virales o bacterianas como diarrea, lepra, colitis, hepatitis infecciosa, salmonela y tuberculosis.

Dado que poseen una enzima que se modifica por los agentes externos, una generación de estos insectos puede ser sorprendida con un buen insecticida, pero los huevos que éstas dejen, portarán la enzima modificada y ese mismo insecticida será innocuo para ellas.

A parte, el sonido chirriante y sus tripas verdes cuando son aplastadas son factores de repulsión para el ser humano.

¿Por qué tanto odio?

Sentimos que un ser que lleva tanto tiempo en el mundo, mucho más que la especie humana, que los mamíferos incluso, puede que nos supere de alguna forma.

Pueden vivir una semana sólo alimentándose con el pegamento de un sello de correos. Son omnívoras y pueden digerir hasta pequeños fragmentos de metal.

¿tú las odias tanto como yo?

8 de febrero de 2006

El precio de mi vida - Parte 3


Me llevaron a una nave industrial en una furgoneta gris bastante moderna para la pinta de aquellos tipos. Una vez dentro me dejaron acomodarme donde yo quisiera, me ofrecieron bebidas de todo tipo, incluidas las más alcohólicas que se podían hallar en la ciudad, y un bocadillo de algo que sabía horroroso pero que deglutí con avidez.

-Tendrás que esperar al jefe- me dijo uno de los matones, el alto y con pantalones caídos.

La estancia estaba separada en varias habitaciones, pero seguía permaneciendo diáfana. Sólo unos palés por aquí, un coche por allá, unos cristales por el otro lado y unas cajas por el fondo dividía la nave en zonas.

Sin duda la banda hacía su vida allí, al menos una vida de día, ya que no vi zona donde dormir; sí donde descansar, un lugar tras unas cajas donde había un par de chicas liándose unos porros.

Me moví a mi antojo, y pude ver que nadie me miraba, sólo cuando estaba demasiado cerca. Limpié mis manos de la mezcla grasienta que salía del interior del bocadillo en alguna parte y pensé en el lugar más apropiado para poder escapar. Bueno, más bien, salir de allí, ya que nada me retenía, o eso creía yo.

Una chica llorosa vino hacia mí. Me miró y volvió a irse por donde había venido. Aquello era una situación demasiado inverosímil para parecerme cierta. Decidí irme.

Fui andando hacia la entrada. No había nadie en el exterior, miré hacia atrás y nadie me miraba, como había sospechado. En el exterior varias camionetas tenían las llaves puestas. Cogí una de ellas y me fui en busca de una carretera, sin saber siquiera el lugar del mundo donde me encontraba.

Pronto lo averigüé. Estaba en mi ciudad. Ni más ni menos. ¿No acababan de traerme hacía pocas horas de aquella isla? Miré mi ropa, seguía siendo la misma que me había proporcionado aquella maravillosa chica que acabó muriendo para salvarme a mí. Estaba desgarrada y medio quemada. El accidente en el coche tampoco había sido un sueño. ¿Quién me buscaba de aquella manera? ¿Sería seguro dirigirme a mi propia casa?

No lo sabía, pero es lo que hice.

Una hora más tarde aparqué en las inmediaciones de mi hogar. Subí hasta mi planta y recogí la llave que siempre dejaba en el macetero de la entrada de la planta. No llevaba nada encima, ni mi cartera, ni forma de identificación, sólo aquellas 2 monedas de oro y la cadena que en su día me debió de salvar la vida. Pero estaba en casa.

Si me hubiera fijado antes, no hubiera hecho falta ni siquiera recoger la llave para entrar, era obvio que alguien había estado ya dentro, ya que estaba combada la zona de la cerradura. Sin embargo estaba cerrada. Abrí y entré. A mi derecha, encendí la luz.
No había nadie. Cerré la puerta tras de mí.

No había nada movido, ni tirado por el suelo, ningún cajón abierto, nada era como había imaginado justo antes de abrir, cuando pensaba que todo lo encontraría revuelto.

Seguía siendo mi casa. Un mensaje en el contestador no dejaba de parpadear. Pulsé el botón. Mientras escuchaba como mi jefe me preguntaba donde me había metido y que estaba despedido por no acudir a trabajar en tantos días -¿cuántos habría pasado?- vi un reflejo detrás de mí. Una sombra en el espejo que tenía justo delante de mis narices y que hizo que todos los pelos de mi cuerpo se pusieran de punta.

Me di la vuelta. Una sedosa dama vestida de rojo y negro, con unos ojos abiertos de par en par me apuntaba con un arma corta.
-¿Por qué no disparas?- la increpé, mientras colgaba el teléfono.
-Si no tuvieras algo que me interesa, ten por seguro que ya lo hubiera hecho.

7 de febrero de 2006

El precio de mi vida - Parte 2


El avión llegó puntual a la pista de aterrizaje y trás unas bandadas poco agradables para mis huesos tomó contacto con tierra y me bajaron en la camilla en la que llevaba tantas horas.

Pasé varios días en observación, sin saber muy bien donde estaba y encontrándome desorientado por momentos.

El hospital apenas lo podía percibir cuando la puerta de la habitación se entreabría si alguna enfermera entraba. Duraba poco, porque me mantenían sedado todo el tiempo y yo no hacía más que dormir. Un sueño cálido que gratificaba mis huesos por el frío que había pasado en los últimos tiempos.

Al fin me encontré lúcido suficiente para ver que unas cadenas ataban mi pierna derecha al lugar donde me tenían postrado. El porqué, para mí, era todo un misterio.

Me tumbé de nuevo al oir a que alguien estaba tras la puerta y se disponía a abrirla. Cerré los ojos y me hice el dormido. La silueta no encendió la luz. Puso algo en el suero y sacó unas llaves del bolsillo. Yo seguí su recorrido con mi ojo izquierdo entreabierto. Me quitó la cadena haciendo el mínimo de ruido posible. Puso una mochila que había traído dios-sabe-donde encima de la camilla y sacó varias prendas de ropa.

-Venga despierta,- me dijo susurrando. No recocí esa voz pero me sonó tan tenue y esperanzada que abrí los ojos. Algo caliente y poderoso estaba entrando por mis venas, a través del gotero que estaba clavado en mi brazo. – genial – dijo mientras tiraba con fuerza de la aguja clavada en mi y la sacaba de un tirón. Sin dejarme casi salir de mi asombro estaba prácticamente vestido y saliendo por la puerta del hospital. Era de noche, todo estaba callado y en la única opción que tuve de hablar, la desconocida puso su mano sobre mi boca.

Bajamos las escaleras cuando escuché unas voces desde lo alto. Alguien nos seguía de cerca, y bajaba las escaleras tras nuestra sombra. Dimos con la puerta de salida, al final de la escalera de emergencia por la que bajábamos, y frente a nosotros se encontraba un coche en marcha. Yo notaba el dolor en mis pantorrillas, el cansancio por la medicación sedante que había mantenido mi cuerpo inerte durante probablemente días. Estaba extenuado, pero algo me decía que debía correr y meterme en aquel vehículo. A tiempo de entrar en él una ráfaga de metralla inundó el espacio hasta el coche. Mi compañera, que estaba tras de mi, se vio desbordada de acero y calló fulminada en el asfalto mientras alguien vociferaba que cerrara la puerta y aceleraba el coche ya arrancado.

Desde la puerta del sanatorio, 2 hombretones armados miraban como se alejaba el coche.
A mitad de camino, mi salvadora se hallaba muerta, justo a unos metros de mí.
A mi lado había una figura. Un hombre mayor que inundaba el ambiente con el humo de su puro. Alguien conducía el coche.

-Muéstrame tu colgante- dijo el hombre, sin tener el más mínimo reparo en mostrar lo poco que le importaba lo que acababa de suceder. Yo, desabroché mi camisa azul, que no conocía de nada, y vi un colgante gris, en forma de círculo, con unas inscripciones.- Vaya – dijo- aún lo tienes. Vas a poder seguir vivo por ahora.

EQUIlibriO - Parte Iv

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6 de febrero de 2006

Tarde

Demasiado tarde para escribir, demasiado tarde para leer
demasiado tarde para dormir, para bailar, para saber,
demasiado tarde para elegir,
demasiado tarde para perder,
demasiado tarde para decidir
lo que puedo o no puedo hacer.

4 de febrero de 2006

Soy un homeless


Soy un homeless Bivo en la calle del cubo numero siete i soy feliz aquí, por las mañanas nel bar del nicasio me dan los donus duros del dia de antes i las porras secas de los desallunos de los señoritos, yo me los como todos para tener mas el dia despues, bivo casi todo el dia sin ambre porque dos numero mas arriba de la calle esta el madonal i con el olo de la carne podria se me quita la sensacion de vaciamiento de tripas, los señoritos que pasan por la caie me dan a vezes moneillas para tirar yo las gasto en donsimon para agradecerles el cumplido, menos el domingo que es fiesta del señor dios i lo gasto en guarrillas, la mari recoje lo que le doy daigual que sea dos euro o asin que me hace todo lo que yo quiero es una buena amiga y una gran puta, toda una señiora que le paso como a mi que perdio su trabajo i al marido i acabo enprostituiendose toda entera, conmigo bive el luni mi chucho que me roe los zapatos y me lava a lametazos la ropa cuando buele mal, cuando el se pee le doy una pata en los cojones i tarda dos dias en bolber pero es un buen animal pasa frio conmigo pero sen apurruca a mi i asi se nos pasa a los dos, me lavo en la fuente de aquí cerca menos en bierno que no me lavo porque no se men sucia los buebos i para limpiarlos esta la mari que me pone jabon antes de azerme la pratica sesual, ecribo esto porque aun recuerdo de escribir i de leer i estoy orgulloso de mi aunqe no de mi estado pero no puedo azer nada que le ba a zer la vida a uno si uno no quiere mas de la vida bivi es lo inportante o no

3 de febrero de 2006

Desde Santurce a Bilbao


Encontrábase Petete a la orilla del mar, en el puerto de Santurce.
Tras de él, Eloisa estaba haciendo calceta sentada sobre una moto acuática sin motor.

-Oh cuan bonita es la primavera- dijo la Elo antes de que una piedra aplastara su cabecita contra las losas del paseo marítimo.

Petete recogió la información en un rollo de pergamino a modo de libro para que pudiera ser útil en un futuro.

Mientras escribía, un pequeño torito bravo procedente de Cabarceno bufó tras él diciéndole.

-Oh Petete ¿Porqué escribes todo lo que te pasa como un loguero en época ancestral?

Petete quedose pensativo y reflexivo como el verbo masturbarse. Erizósele los pelos del tronco (no entiéndase del pene sino del tronco corporal) dado que el bicho le bufó palabras entendibles.

-Oh cabestro ¿Por qué hablas tú el lenguaje humano?
-Oh Petete, Yo cabestro soy pero mi corazón más que humano ha de ser - respondiolo

Petete recogió las palabras del cabestro y llamó por mensajería instantánea a su apoderado Leoncio para consultar las dudas surgidas durante el día en curso.

-Oh Leoncio, inteligencia supina en este mundo, ¿cualo podríase ser el motivo por el que un cabestro hablome en el puerto de Santurce esta misma mañana?
-Oh Petete hijo de la providencia y de la soltería, yo, rey de la inteligencia y de los saberes eternos respóndote que no sé si la voz hallábase en tu entrecráneo o en tu oído externo por lo que no puedo sugerir respuesta alguna.
-Oh Leoncio, entiendo que no puedo pedir más, Ínstole a su majestuosa merced a pasearse por el puerto para hallar al cabestro hablador.
-Oh Petete yo Leoncio paseareme en el día de mañana por el puerto.

Y así quedó pendiente que el día siguiente buscaran al torito guapo en el puerto.

Enllegándose a las orillas de mar encontrose con varias masas cerebrales esparcidas.
-Oh sesos - probolos y dijo - de Eloisa son.

Camino la jornada entera pero ningún toro hablador halló. Volviose a la mansión leoncia sin hallar huella del cabestro.

A la mañana siguiente, el cura del pueblo repicaba a misa.
En la homilía explicó vehementemente la falta de un cráneo en el pueblo. Eloísa fue rezada en la eucaristía. Desde los atrases de la iglesia un bufido resonose en la estancia.
El pueblo estableció la dirección de su cráneo hacia atrás.

-Oh - dijo el sacerdote- un torito guapo es.
-Oh no, Torito de Reinosa soy - apostilló el animal.
-Oh - musitó el pueblo - Torito malo es. Matémosle para evitar cornada en carne ajena.
-Oh no - dijo el cura- en la casa del santísimo elevado no puede haber muerte toril.
-Oh vaya- dijo el pueblo - saquemos al torito fuera de la casa de Dios y toreémosle hasta sacarle las vísceras.
-Oh -dijo el bovino- yo Toro de Reinosa soy, mal toro no soy. Tengo estudios.
-Oh estudios - dijo el pueblo en respuesta - dejémosle hablar al torete.

-Oh gracias- dijo el amontillado- yo busco vaquilla para ir a Bilbao conmigo en busca de otros pastos.
Varias doncellas presumidas aflojaron las piernas en la iglesia. Ellas, orondas, hinchadas, mofletudas, carnosas y con las tripas aglomeradas nunca pensaron que siendo tan anchas como castilla pudieran ser suficientemente consideradas vacas para casarse con un torito.
Pero este torito era tan guapo que bien valía la pena.

1 de febrero de 2006

La Librería El Abismo - 1

La librería estaba cerrada.
Frente a su enrejada puerta metálica me encontraba yo, intentando averiguar el motivo por el que había ido hasta allí.
Su letrero, perpendicular a la fachada, hacía un movimiento de vaivén impulsado por el viento. En él se podía leer “Librería El Abismo”.
Llamé a la puerta, a pesar de no escuchar nada en el interior y ser las 3 de la mañana.
Estaba abierta.
La luz de la luna llena me reflejaba en los ojos cuando el cartel exterior se encontraba más inclinado hacia la derecha. Hacía frío y yo solo iba ataviada con mi pijama gris. Era invierno, pocos días después de una gris Navidad en la que la ciudad se había sumergido en un profundo caos.
Nunca había ido a ese extremo de la ciudad, de hecho no sabría llegar hasta allí andando como lo había hecho aquella noche.
Salí de mi casa, no recuerdo si cerrando con llave o no, sumergida aun en mis sueños, guiada por aquel repicar que me inducía a hacer ese camino, sin hallar motivo para emprenderlo, sin conocer el fin.
La librería era mi destino.
No estaba oscura, sino en penumbra, ya que una tenue luz entraba desde el piso superior iluminando levemente aquellas colecciones de libros nuevos y antiguos agolpados en estanterías.
Cerré la puerta tras de mí, sin dejar cabida a que alguien pudiera entras después.

Los goznes sonaron de la misma forma que lo hicieron cuando la abrí completamente para entrar.
Una vez en la estancia abrí los ojos para poder situarme.
La caja, a la izquierda, con una pequeña barra donde se pasaría su jornada el librero o librera, frente a mí unas pequeñas escaleras que daban a un nivel superior, y éstas rodeadas de estanterías, al igual que las paredes, donde los tomos rebasaban por niveles el doble de mi altura.

Debía haber caminado al menos una hora, descalza sobre las calles de la ciudad que me vio nacer. Estaba exhausta, había completado el recorrido a buen paso. Ni siquiera estaba segura de saber deshacer mis pasos para llegar a mi piso.

En el silencio de la noche escuchaba unas palabras lejanas, no narradas, sino entonadas en un tranquilo cántico.
Con lentitud me aproximé a la escalinata, construida de madera, con un pasamanos demasiado bajo para mi altura. Los peldaños chirriaban levemente bajo mis pies.
Cuanto más me aproximaba, más cercano se hacía el susurro de aquella canción, pero aun no lograba percibir ninguna palabra con claridad.
Una vez arriba miré hacia atrás, girándome, para poder contemplar el nivel inferior. Desde arriba, a unos tres metros del suelo. Sobre la estantería de mi izquierda, la que tenía libros rojos de arriba abajo, se encontraba un espejo lacado. Antiguo. Oxidado en sus bordes.
Mi imagen reflejada en él era mísera. Tenía los ojos hundidos, con unas profundas ojeras rodeándolos, como si me encontrara cansada desde hace tiempo. Siempre tengo ese aspecto cuando no duermo bien, pero no estaba falta de sueño, solamente me dolían endiabladamente las piernas y sentía un cansancio generalizado por culpa de la caminata.

El cántico me retumbaba en los oídos a pesar de ser muy tenue. Provenía de mi derecha, al final del corredor que seguía el borde del piso en el que estaba ubicado justo encima de donde acababan las estanterías, bordeando todo el recinto.
Continué por él hasta la portezuela desde la que presumiblemente detrás se originaba aquella voz. La abrí.
La estancia era pequeña. Todas las paredes estaban iluminadas con 4 cirios altísimos que ya estaban consumidos casi un tercio y goteaban cera que escurría hasta la tarima, llenando los huecos que quedaban entre tabla y tabla con su lechosa consistencia para luego solidificarse.
Una de las velas estaba en el centro exacto de la habitación, localizada en la mitad de las puntas de una estrella de David. No estaba encendida, pero tenía el mismo grosor y color amarillento que las otras cuatro, por lo que pude imaginar sus tamaños antes de estar encendidas.

Al fondo había 5 sillas, con tres personas desnudas sentadas en ellas.
Las sillas eran de madera, estilo rococó, con respaldos altos que sobresalían sobre las cabezas de los ocupantes. Estaban ocupadas las 3 primeras, empezando por la izquierda, con dos hombres y una mujer joven, todos de unos 30 años. Las ropas estaban en una esquina de la habitación, muy cerca de un cirio que derramaba su cálido néctar sobre alguna de ellas.
Aún no me había adentrado en la estancia. El sonido de los goznes de la puerta por la que había entrado momentos antes volvió a llegar a mi, esta vez desde más distancia.
Se cerró.
Una silueta difusa estaba en el piso de abajo. Me vio. Se dio la vuelta e intentó en vano abrir de nuevo la puerta ya cerrada. Le vi desistir y dirigirse a la escalera por la que ya había subido yo. Era un hombre, quizá más alto que yo, delgaducho, encorbado en sus pasos, con una voluminosa cabeza y una nariz que se dejaba percibir en su cara debido a su tamaño.
Emprendía una dirección firme, dando la sensación de saber hacia donde se dirigía sin dudarlo. Venía hacia mí, sin mirar hacia donde yo me encontraba.

Antes de sentir su presencia cerca, entré en la sala. Me despojé de mis ropas soltándolas sobre las demás sin importarme que la cera impregnara mi pijama. Me acomodé en la silla. Mis compañeros estaban despiertos, mirando al frente, sin dirigir palabra. Ni siquiera se habían fijado en mi, pero no pestañeaban, no se movían, apenas respiraban.
Noté el respaldo frío en mi espalda. Mi cuerpo sin vestimenta, fofo, desproporcionado, mis pechos caídos y lacios, mis brazos temblorosos y mis piernas cansadas entraron en un estado de relax. Miré al frente. Allí estaba el Ser de mis sueños. No podía articular palabra, ni siquiera tenía ganas de intentarlo. Ni de moverme, ni de pestañear, y apenas de respirar. Hacía calor. Hacía frío. Tenía sueño.


La quinta persona entró en la saleta. Miró al frente, sin percatarse como me sucedió a mí de que apenas a dos metros a su izquierda estaba el Ser que había aparecido en mi descanso y me había conducido hasta allí.
Se movió sigilosamente hacia la vela más cercana a la silla que luego ocuparía, se despojó de sus ropas dejando ver un pene de grandes dimensiones que se dejaba caer hasta la mitad de su fémur. Su cuerpo raquítico se sentó junto a mí. No miraba, parecía perdido. Entró en el mismo estado en el que nos encontrábamos el resto, su cuello se relajó, sus brazos parecían fláccidos, sus piernas se destensaron. Miró al frente y vio al Ser al que los cinco mirábamos.

Pasó un tiempo, no puedo precisar cuanto porque no era dueña de mí en ese momento. La Entidad se movió hacia la puerta. La cerró, saliendo de la semioscuridad en la que había estado inmersa.

Todo lo que recordaba de mi sueño antes de precipitarme a recorrer el trayecto hasta la librería era esa forma opaca que se ocultaba tras la penumbra. La silueta era la misma, el cántico que se escuchaba, difuminado en la biblioteca provenía de su garganta. Calló. Nos miró fijamente, uno por uno.
Un escalofrío recorrió mi espalda desnuda. La chica de la segunda silla comenzó a gimotear levemente para empezar un sollozo pausado.
El ser se destensó.
-Bienvenidos.- nos dijo, con una voz ronca que no parecía proceder de la esbelta silueta- Bienvenidos a la librería del El Abismo.