Hay que tener siempre muy en cuenta, cuando uno lo pide, que no todo el mundo es capaz de dar sin perjuicios el estimado perdón.
A veces podemos dudar de nosotros mismos, dudamos incluso de contar algo que nos resulta tan complicado, o cruel, o dramático, que cuando lo hacemos, para ser absueltos, olvidamos que nos ponemos en las manos de quien tiene que otorgar ese perdón, quizá no sea capaz, y por el contrario, le invadan otros sentimientos para paliar esa dificultad de administrar amnistía.
¿Crees que vas a ser perdonado de corazón o que el ser al que te encomiendas jurará velada venganza?
¿Crees que tan grave ha sido la falta que ese ser podria ocupar su estatus para otorgarte una pena quizá a ese nivel que el considera justo?
¿Quién puede juzgarte, perdonarte?, ¿ante quien puedes redimirte?
A veces debido a la zozobra nos rebajamos y pedimos clemencia, sin saber que el castigo o la pena será más cruenta que el propio acto de pedir esa piedad.
¿Cómo actuar cuando realmente necesitas perdón y no castigo? ¿Cuando llega esa seguridad, acaso llega siempre?
¿Merecemos el castigo o merecemos ser conmutados?
¿Cómo saber si quien te perdona lo hace o guarda rencor?, ¿sabremos en algun momento que en verdad hemos sido perdonados, o debemos esperar lo peor?
Siempre que perdonemos deberíamos hacerlo de corazón, porque si acaso el recuerdo de los actos a olvidar de quien nos pide esa clemencia, es suficiente para saber que cuando nosotros la pidamos, necesitaremos esa tranquilidad que nos permita seguir creyendo en las personas y no sentir que no ha servido para nada, o peor, ha servido para comenzar un juego de odio del cual ya es muy complicado, sino imposible, salir.
10 de junio de 2016
Suscribirse a:
Entradas (Atom)