5 de junio de 2009

Aquel tren


Hoy me ha venido tu aroma.


Aquel día me miraste, ¿cómo podriamos imaginar cómo acabaríamos en aquel vagón?


Tu sonrisa y mi inocencia. No hizo falta mucho más.

Luego todo fue calor y sexo.

No podía creer que aquello fuera cierto.


Era de noche, las agujas estaban juntas en el este del reloj de tu muñeca.

Desde que entraste en aquel pequeño lugar te miraba, pero tú a mi no. O eso era lo que creía. Pero sentía que tú también me mirabas, y eso me excitaba a rabiar.

Nos fuimos a dormir, yo acabé de leer mi revista y tú dejaste un marcador en tu libro, del que por mucho que intenté, no logré ver la portada.


Ese día me embriagaba la primavera. Fuera hacía frío. Cerraste la ventana después de preguntarme.

Luego nos echamos cada uno en nuestro lado y apagaste tu luz.


Veía el brillo de tus ojos que no se habían cerrado y mi cuerpo temblaba. Estaba fuera de sí.

Aquel pequeño foco que sólo me iluminaba levemente no me dejaba ver más, pero hubiera jurado que tú también temblabas.

Apagué mi luz y dejé que la tenue luz de la luna entrara por la ventana y nos iluminara.

Tus ojos no se cerraban porque brillaban en la oscuridad. Los mios debían resplandecer igual ya que me mirabas y sonreías.


Acabaste sobre mí, no sé ni cómo, pero sé que fue hasta el amanecer.

Yo estaba preocupado por si pasaba alguien. Pero lo único que pasó fue tan fugaz que en aquel momento no existía. Debía ser el revisor, ni lo sé ahora, porque no me interesaba en ese momento.


Sólo sentía tu aroma, tu sexo, tu calor, tus caricias y tu saliva.

Llegó el Sol a darnos en la cara, amanecimos abrazados sin querer soltarnos. Yo me senté mientras te arreglabas y veía los pueblos pasar.
Greus, Empedrado, Sorolla, no se me olvidarán nunca.
Entonces te pregunté cual era tu destino y dijiste que el mismo que el mio. Te sonreí y saliste a pedir el desayuno.
Benavente, Fira, Trinquete, La Florida....

Yo miraba estupefacto mientras te esperaba.
Fue en ese momento cuando te vi, apeándote, con tu maleta.

Ni siquiera me pude mover, el estómago me ardía.

Eras tú, quién me había hecho el amor durante toda la noche, que te equivocabas y te bajabas en el andén que no era. Me quedé pegado al cristal, esperando que miraras hacia mi, con esos ojos que tenías durante la noche, mientras me hacías el amor.
Te equivocabas! Te equivocabas!
O eso pensaba yo.

A lo lejos unos brazos se abrian cuando llegabas. Y te abrazaron.

Mi mundo se derrumbó.


Ya no pude volver a soñar.

Pero desde entonces, me entusiasma la primavera.

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