7 de febrero de 2006

El precio de mi vida - Parte 2


El avión llegó puntual a la pista de aterrizaje y trás unas bandadas poco agradables para mis huesos tomó contacto con tierra y me bajaron en la camilla en la que llevaba tantas horas.

Pasé varios días en observación, sin saber muy bien donde estaba y encontrándome desorientado por momentos.

El hospital apenas lo podía percibir cuando la puerta de la habitación se entreabría si alguna enfermera entraba. Duraba poco, porque me mantenían sedado todo el tiempo y yo no hacía más que dormir. Un sueño cálido que gratificaba mis huesos por el frío que había pasado en los últimos tiempos.

Al fin me encontré lúcido suficiente para ver que unas cadenas ataban mi pierna derecha al lugar donde me tenían postrado. El porqué, para mí, era todo un misterio.

Me tumbé de nuevo al oir a que alguien estaba tras la puerta y se disponía a abrirla. Cerré los ojos y me hice el dormido. La silueta no encendió la luz. Puso algo en el suero y sacó unas llaves del bolsillo. Yo seguí su recorrido con mi ojo izquierdo entreabierto. Me quitó la cadena haciendo el mínimo de ruido posible. Puso una mochila que había traído dios-sabe-donde encima de la camilla y sacó varias prendas de ropa.

-Venga despierta,- me dijo susurrando. No recocí esa voz pero me sonó tan tenue y esperanzada que abrí los ojos. Algo caliente y poderoso estaba entrando por mis venas, a través del gotero que estaba clavado en mi brazo. – genial – dijo mientras tiraba con fuerza de la aguja clavada en mi y la sacaba de un tirón. Sin dejarme casi salir de mi asombro estaba prácticamente vestido y saliendo por la puerta del hospital. Era de noche, todo estaba callado y en la única opción que tuve de hablar, la desconocida puso su mano sobre mi boca.

Bajamos las escaleras cuando escuché unas voces desde lo alto. Alguien nos seguía de cerca, y bajaba las escaleras tras nuestra sombra. Dimos con la puerta de salida, al final de la escalera de emergencia por la que bajábamos, y frente a nosotros se encontraba un coche en marcha. Yo notaba el dolor en mis pantorrillas, el cansancio por la medicación sedante que había mantenido mi cuerpo inerte durante probablemente días. Estaba extenuado, pero algo me decía que debía correr y meterme en aquel vehículo. A tiempo de entrar en él una ráfaga de metralla inundó el espacio hasta el coche. Mi compañera, que estaba tras de mi, se vio desbordada de acero y calló fulminada en el asfalto mientras alguien vociferaba que cerrara la puerta y aceleraba el coche ya arrancado.

Desde la puerta del sanatorio, 2 hombretones armados miraban como se alejaba el coche.
A mitad de camino, mi salvadora se hallaba muerta, justo a unos metros de mí.
A mi lado había una figura. Un hombre mayor que inundaba el ambiente con el humo de su puro. Alguien conducía el coche.

-Muéstrame tu colgante- dijo el hombre, sin tener el más mínimo reparo en mostrar lo poco que le importaba lo que acababa de suceder. Yo, desabroché mi camisa azul, que no conocía de nada, y vi un colgante gris, en forma de círculo, con unas inscripciones.- Vaya – dijo- aún lo tienes. Vas a poder seguir vivo por ahora.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es una autentica pasada tu forma de escribir.
Para mi gusto es genial, me enganchas a la historia de una manera...como en la famosa libreria ;)
Pobre compañera de el...y pobre de el...que un trozo de metal le permita vivir...
Un besuco y te kero mucho

Anónimo dijo...

Eres mala persona, esto no se hace, no puedes escribir estas cosas porque nos mantiene enganchados y en espera de una nueva parte que nos vas suministrando con cuenta-gotas, ¿porque escribes tan bien?
¿porque escribes estos textos tan "suspenseros"?
esa es tu intencion ¿verdad? tenernos enganchados, dominar nuestras mentes y hacer con ellas lo que quieras, la desesperacion por saber se hace dueña de nosotros y tu con tus texto las dominas, eres mala persona.
Un besuco tambien de mi parte, pero yo no te kiero, eres malo.
;-p