1 de febrero de 2006

La Librería El Abismo - 1

La librería estaba cerrada.
Frente a su enrejada puerta metálica me encontraba yo, intentando averiguar el motivo por el que había ido hasta allí.
Su letrero, perpendicular a la fachada, hacía un movimiento de vaivén impulsado por el viento. En él se podía leer “Librería El Abismo”.
Llamé a la puerta, a pesar de no escuchar nada en el interior y ser las 3 de la mañana.
Estaba abierta.
La luz de la luna llena me reflejaba en los ojos cuando el cartel exterior se encontraba más inclinado hacia la derecha. Hacía frío y yo solo iba ataviada con mi pijama gris. Era invierno, pocos días después de una gris Navidad en la que la ciudad se había sumergido en un profundo caos.
Nunca había ido a ese extremo de la ciudad, de hecho no sabría llegar hasta allí andando como lo había hecho aquella noche.
Salí de mi casa, no recuerdo si cerrando con llave o no, sumergida aun en mis sueños, guiada por aquel repicar que me inducía a hacer ese camino, sin hallar motivo para emprenderlo, sin conocer el fin.
La librería era mi destino.
No estaba oscura, sino en penumbra, ya que una tenue luz entraba desde el piso superior iluminando levemente aquellas colecciones de libros nuevos y antiguos agolpados en estanterías.
Cerré la puerta tras de mí, sin dejar cabida a que alguien pudiera entras después.

Los goznes sonaron de la misma forma que lo hicieron cuando la abrí completamente para entrar.
Una vez en la estancia abrí los ojos para poder situarme.
La caja, a la izquierda, con una pequeña barra donde se pasaría su jornada el librero o librera, frente a mí unas pequeñas escaleras que daban a un nivel superior, y éstas rodeadas de estanterías, al igual que las paredes, donde los tomos rebasaban por niveles el doble de mi altura.

Debía haber caminado al menos una hora, descalza sobre las calles de la ciudad que me vio nacer. Estaba exhausta, había completado el recorrido a buen paso. Ni siquiera estaba segura de saber deshacer mis pasos para llegar a mi piso.

En el silencio de la noche escuchaba unas palabras lejanas, no narradas, sino entonadas en un tranquilo cántico.
Con lentitud me aproximé a la escalinata, construida de madera, con un pasamanos demasiado bajo para mi altura. Los peldaños chirriaban levemente bajo mis pies.
Cuanto más me aproximaba, más cercano se hacía el susurro de aquella canción, pero aun no lograba percibir ninguna palabra con claridad.
Una vez arriba miré hacia atrás, girándome, para poder contemplar el nivel inferior. Desde arriba, a unos tres metros del suelo. Sobre la estantería de mi izquierda, la que tenía libros rojos de arriba abajo, se encontraba un espejo lacado. Antiguo. Oxidado en sus bordes.
Mi imagen reflejada en él era mísera. Tenía los ojos hundidos, con unas profundas ojeras rodeándolos, como si me encontrara cansada desde hace tiempo. Siempre tengo ese aspecto cuando no duermo bien, pero no estaba falta de sueño, solamente me dolían endiabladamente las piernas y sentía un cansancio generalizado por culpa de la caminata.

El cántico me retumbaba en los oídos a pesar de ser muy tenue. Provenía de mi derecha, al final del corredor que seguía el borde del piso en el que estaba ubicado justo encima de donde acababan las estanterías, bordeando todo el recinto.
Continué por él hasta la portezuela desde la que presumiblemente detrás se originaba aquella voz. La abrí.
La estancia era pequeña. Todas las paredes estaban iluminadas con 4 cirios altísimos que ya estaban consumidos casi un tercio y goteaban cera que escurría hasta la tarima, llenando los huecos que quedaban entre tabla y tabla con su lechosa consistencia para luego solidificarse.
Una de las velas estaba en el centro exacto de la habitación, localizada en la mitad de las puntas de una estrella de David. No estaba encendida, pero tenía el mismo grosor y color amarillento que las otras cuatro, por lo que pude imaginar sus tamaños antes de estar encendidas.

Al fondo había 5 sillas, con tres personas desnudas sentadas en ellas.
Las sillas eran de madera, estilo rococó, con respaldos altos que sobresalían sobre las cabezas de los ocupantes. Estaban ocupadas las 3 primeras, empezando por la izquierda, con dos hombres y una mujer joven, todos de unos 30 años. Las ropas estaban en una esquina de la habitación, muy cerca de un cirio que derramaba su cálido néctar sobre alguna de ellas.
Aún no me había adentrado en la estancia. El sonido de los goznes de la puerta por la que había entrado momentos antes volvió a llegar a mi, esta vez desde más distancia.
Se cerró.
Una silueta difusa estaba en el piso de abajo. Me vio. Se dio la vuelta e intentó en vano abrir de nuevo la puerta ya cerrada. Le vi desistir y dirigirse a la escalera por la que ya había subido yo. Era un hombre, quizá más alto que yo, delgaducho, encorbado en sus pasos, con una voluminosa cabeza y una nariz que se dejaba percibir en su cara debido a su tamaño.
Emprendía una dirección firme, dando la sensación de saber hacia donde se dirigía sin dudarlo. Venía hacia mí, sin mirar hacia donde yo me encontraba.

Antes de sentir su presencia cerca, entré en la sala. Me despojé de mis ropas soltándolas sobre las demás sin importarme que la cera impregnara mi pijama. Me acomodé en la silla. Mis compañeros estaban despiertos, mirando al frente, sin dirigir palabra. Ni siquiera se habían fijado en mi, pero no pestañeaban, no se movían, apenas respiraban.
Noté el respaldo frío en mi espalda. Mi cuerpo sin vestimenta, fofo, desproporcionado, mis pechos caídos y lacios, mis brazos temblorosos y mis piernas cansadas entraron en un estado de relax. Miré al frente. Allí estaba el Ser de mis sueños. No podía articular palabra, ni siquiera tenía ganas de intentarlo. Ni de moverme, ni de pestañear, y apenas de respirar. Hacía calor. Hacía frío. Tenía sueño.


La quinta persona entró en la saleta. Miró al frente, sin percatarse como me sucedió a mí de que apenas a dos metros a su izquierda estaba el Ser que había aparecido en mi descanso y me había conducido hasta allí.
Se movió sigilosamente hacia la vela más cercana a la silla que luego ocuparía, se despojó de sus ropas dejando ver un pene de grandes dimensiones que se dejaba caer hasta la mitad de su fémur. Su cuerpo raquítico se sentó junto a mí. No miraba, parecía perdido. Entró en el mismo estado en el que nos encontrábamos el resto, su cuello se relajó, sus brazos parecían fláccidos, sus piernas se destensaron. Miró al frente y vio al Ser al que los cinco mirábamos.

Pasó un tiempo, no puedo precisar cuanto porque no era dueña de mí en ese momento. La Entidad se movió hacia la puerta. La cerró, saliendo de la semioscuridad en la que había estado inmersa.

Todo lo que recordaba de mi sueño antes de precipitarme a recorrer el trayecto hasta la librería era esa forma opaca que se ocultaba tras la penumbra. La silueta era la misma, el cántico que se escuchaba, difuminado en la biblioteca provenía de su garganta. Calló. Nos miró fijamente, uno por uno.
Un escalofrío recorrió mi espalda desnuda. La chica de la segunda silla comenzó a gimotear levemente para empezar un sollozo pausado.
El ser se destensó.
-Bienvenidos.- nos dijo, con una voz ronca que no parecía proceder de la esbelta silueta- Bienvenidos a la librería del El Abismo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es sencillamente genial.
Yo he leido algo mas que el primer capitulo y me ha enganchado de una manera sobrehumana...
La librería del abismo es genial, pollo.