15 de abril de 2006

El precio de mi vida - Parte 5

Sara, la reaparecida chica de rojo y negro y yo, acabamos viviendo en un hotel de la vieja ciudad durante varios dias.

Parecía dificil contactar con nuestros superiores, sobre todo porque normalmente eran ellos los que se ponían en contacto con nosotros y esta vez la desorganización del desmantelamiento de la oculta oficina que era nuestra sede, en el viejo laboratorio, no nos permitía el contacto personal con nadie. No sabíamos dónde se encontraban.

Era dos de junio, mi teléfono recibió al fin una llamada. No era la forma de recibir instrucciones habitual, dada la escasa seguridad que entrañaba, pero era Oliver, mi directo coordinador. Sólo me dijo que me dirigiera a la salida del metro de siempre.
No me hacían falta más datos, si una cosa teníamos acordada eran nuestros lugares estratégicos.

Salí acompañado de mi Taser X26 en dirección al metro que estaba en el norte del polígono olímpico.

La ciudad olímpica se había construido hacía unos doce años, cuando la ciudad había sido candidata para celebrar los juegos de verano. Después de ser desclasificada y en espera de ser objetivo de nuevo de la mirada de los organizadores, había quedado a medio terminar y sus calles eran poco transitadas.

Hacía calor. El verano había entrado de pleno y las ciudades continentales no lo soporaban de forma transitoria. Todo olía a asfalto caliente.

Desde dentro del coche me quedé observando la salida del metro esperando una segunda llamada o cualquier otra forma de contacto. No había movimiento. Apenas un par de autobuses pasaron, los que comunicaban el centro de la ciudad con la periferia más cercana, una zona residencial de nueva construcción.

Un coche con lunas tintadas se aproximaba con poca velocidad. Yo personalmente había visto a Oliver en dos ocasiones. La primera el día en que Mazinger nos reunió para ordenar nuestros intereses, la segunda el día que mataron a Rodriguez, en el funeral que se celebró en un pais extraño.

Mazinger era nuestro jefe, el que siempre se ocultaba, por razones obvias, detrás de ese nombre, detrás de humo, detrás de un espejo, detrás de una voz distorsionada.

Detrás del coche un segundo vehículo llegaba a toda velocidad. Lo rebasó, bajó la ventanilla y un arma de gran calibre se dejó ver apuntando el supuesto coche de mi coordinador. Yo estaba a escasos 200 metros para poder ver la escena. De un volantazo y un rápido movimiento acelerador, el primer vehículo salió como alma que lleva el diablo perdiéndose en la jauría de calles desoladas. El segundo dio la vuelta, y en la carrera tras el primero, que me constaba que ya debía estar a dos manzanas, la cara del ocupante quedó reflejada frente a mí.

No era posible.

No iba a seguirles. Tenía órdenes estrictas de no hacerlo en estas situaciones.

Regresé al hotel extrañado de lo que acababa de ver. Algo debía haber salido mal en la organización de nuestro encuentro. Lo más posible era que Sara pudiera darme alguna pista sobre ello, ya que era buena conocedora del ocupante armado del segundo vehículo.

Pero al entrar en la habitación me di cuenta de que Sara no iba a contarme mucho sobre el tema. Un gran charco de sangre estaba en medio de la habitación, manchando el suelo. Marcas de una mano ensangrentada y desvalida de fuerza se podían ver en las sábanas. La blusa blanca con la que estaba vestida por la mañana y con la que la despedí estaba rasgada encima de aquel charco de horror.
Di media vuelta y salí corriendo, en busca de una respuesta que fuera definitiva para todas mis preguntas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ahora no tengo tiempo...pero en cuanto pueda te empiezo a leer ;).un besin. ciao